Es común
escuchar a personas que expresan estar sujetas continuamente a eventos que les
provocan estrés. En ocasiones este estrés se vuelve crónico y se convierte en
miedo.
Nuestro cuerpo
no está diseñado para permanecer con estrés o miedo durante periodos
prolongados, ya que ante dicha emoción
las glándulas adrenales, localizadas en la parte superior de los riñones,
producen cortisol y a su vez el páncreas segrega glucagón, que tiene
efectos contrarios a la insulina.
El cortisol es una hormona encargada de regular funciones
relacionadas con el metabolismo de las grasas, las proteínas y los
carbohidratos; también se relaciona con la regulación de la presión sanguínea,
la retención de agua y sales y la actividad del sistema inmunológico.
Uno de los efectos del cortisol es que inhibe
la secreción de insulina y hace que las células se vuelvan más resistentes a
esta.
En situaciones
de miedo y estrés crónico el cuerpo segrega una cantidad de cortisol mayor a la
normal, con el objetivo de preparar al cuerpo para huir y defenderse. Incluso
segregamos cortisol con tan solo recordar problemas y situaciones difíciles que
hemos pasado.
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